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LEYENDA DE LA MONJA DE DURANGO

Durante la primera mitad el siglo XIX en la ciudad de Durango nació una historia de amor entre un soldado francés y una monja, quienes a pesar de que sabían que lo suyo era imposible, lucharon por estar juntos, sin embargo el destino les tenía deparado un trágico final.

Beatriz era una hermosa joven de ojos azules y una hermosa cabellera rubia, ella había decidido seguir la vocación religiosa para entregar su vida en cuerpo y alma a Dios. En cierta ocasión desde su dormitorio, vio a un apuesto soldado francés llamado Fernando, quien caminaba frente a su convento y en cuanto sus miradas se cruzaron sintieron mutuamente una fuerte atracción el uno por el otro, se enamorándose perdidamente a primera vista. Desde ese momento y sin haber cruzado nunca una palabra, ellos tenían una cita todos los días a la misma hora; él pasaba frente al monasterio para admirar la belleza de Beatriz aunque fuera por solo unos instantes mientras ella lo miraba desde su ventana, dando ambos rienda suelta a su imaginación, soñando con poder entregarse a su pasión, algo que en verdad resultaba imposible dado que él formaba parte de un ejército invasor y ella se había consagrado a Cristo.

Sin embargo el destino comenzaría a fraguar el terrible desenlace de ésta pareja ya que, una madrugada, llamaron a la puerta del convento con gran insistencia, siendo Beatriz la encargada de atender la puerta, al acudir al llamado encontró a Fernando, el soldado de quien ella estaba profundamente enamorada, bañado en sangre. Como acto de caridad y siguiendo la ley de Dios, la madre superiora autorizo a que se curaran sus heridas y se le diera alojamiento en tanto se recuperaba, debiendo abandonar el convento una vez que su estado de salud mejorara. Fue Beatriz quien con delicadeza y cariño se encargara de curarlo. Así transcurrieron los días, y mientras las heridas de Fernando sanaban, la pareja más se enamoraba. Finalmente llegó el inevitable día en que Fernando debía abandonar aquél recinto, no obstante Beatriz temía muy justificadamente que si salía a las calles lo matarían, así que lo escondió en su celda por unos días más mientras terminaba de recuperar sus fuerzas.

Durante ese tiempo los enamorados vivieron plenamente el amor, a tal grado que Beatriz estaba dispuesta a dejarlo todo por él pero aún no era el momento. La intervención francesa había terminado y Fernando debía irse. Antes de partir le hizo a su amada la promesa de que el regresaría por ella.

Desafortunadamente Fernando jamás cumpliría su promesa de volver, pues después de partir fue hecho prisionero y fusilado junto a su tropa por el ejército mexicano.. Beatriz nunca se enteró de este cruel desenlace y ella todos los días le rogaba a Dios para que Fernando regresara a su lado. La monja subía todas las noches al campanario de la catedral esperando ver la llegada de su amor.

Los días se volvieron semanas y las semanas se volvieron meses, entre más tiempo pasaba la desesperación de Beatriz se volvía más y más grande, carcomida por la incertidumbre, la tristeza y la desilusión poco a poco comenzaría a apoderarse de ella hasta que finalmente no pudo más y se arrojó del campanario al vacío. Su cuerpo fue encontrado en el piso de la catedral.
La leyenda cuenta que el alma de Beatriz aún deambula en la catedral y en las noches se puede ver la silueta de una monja vestida de blanco, quien desde el campanario mira hacia el horizonte, esperando por fin reunirse con su amor.



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